lunes, 1 de agosto de 2011

Días de lluvia.


Y allí me encontraba sentada en medio de todo y de nada. A mi alrededor los árboles daban un encanto casi efímero a el lugar y las gotas de la fría lluvia hacían que aún viera las cosas más nubladas de lo que estaban.

Había perdido la noción del tiempo, casi ni podía asegurar que fuera aquello que adornaba el cielo la luna o por el contrario el sol. El suelo se me antojaba más cómodo de lo normal, no sé si por el mero hecho de que no tenia fuerza alguna para levantar de ahí o que la hierba fresca me hacia sentir algo más viva.

Y cerré los ojos para ahogar mi agonía, y cerré el corazón para que nadie más pudiera entrar. Los recuerdos iban volviendo a mi tan pronto como mi propio pestañeo. Y me vi a mi misma, mis ojos estaban preciosos, de hecho, jamás me había dado cuenta de que brillaban de esa manera. De la manera en la que brillan cuando andas con el corazón medio encogido y el estómago lleno de mariposas que no paran de hacer cosquillas. De la manera en la que brillan cuando esperas la llegada de aquel que te da la risa.

En ese momento aún conservaba esa sonrisa tan mía. Me veía inquieta, pero más aún... me veía ilusionada. Y escuche un ruido detrás de los árboles, por un momento me asuste. Y de la nada apareció él. Y en ese mismo instante el tiempo se paro. Y todo el universo paso a ser una misma cosa, paso a ser él.

Me besó en los labios con su calidez natural, pero ese beso desde el principio me sabio amargo. Lo deje pasar, a veces mi imaginación me jugaba malas pasadas. Entonces me tomo de la mano y nos sentamos en un banco que estaba justo al lado de un enorme árbol repleto de hermosas flores de color morado. Le pregunté como siempre qué tal estaba y cómo le había ido el día. Me respondió con un simple: -Bien, nada interesante. Su cara tenia un ápice de tristeza, algo iba mal.

Tras unas cuantas caricias y besos improvisados, su boca empezó a dejar de escapar palabras que hubiera querido no oír jamás. Incluso tuve ganas de tapar mis oído como niño pequeño que no quiere escuchar la regañina de su madre. Todo iba mal. Había dejado de sentir, había dejado de querer... Esperanzas eran pocas las que me daba, solo un milagro, un giro de 360º era lo que necesitaba.

Sentía que mis ojos estaban a punto de llenarse de lágrimas, pero las retuve como pude. Mis labios solo fueron capaz de pronunciar un Te quiero. Y él entre suspiros y con desgana no era más que capaz de decir que lo sabía. Y yo, ¿yo qué sabia? Entonces me dio la esperanza de cambiar, me dio esa oportunidad que pide un moribundo en el lecho de su muerte. Pero claro me dejo que las cosas debían de cambiar lo imposible, para que todo saliera bien. Me dio un beso en la mejilla y desapareció tan pronto como había llegado.

Y entonces recordé que fue en ese mismo momento en el que me levante buscando su rastro y tras la impotencia caí en medio de aquella nada. Y en ese sitio de aquel enorme bosque, me sentí sola y como el mundo en apenas un instante había pasado de ser algo ilusionador a esperanzador. Creo que fueron lágrimas lo que comenzaron a resbalar por mis mejillas y entonces me hice un ovillo con mi cuerpo, rodee con mis brazos mis rodillas y deje que el tiempo trascurriera sin más. Recordaba entre parpadeos ver la lluvia caer y escuchar los inmensos truenos sobre mi cielo.

Entre el recuerdo y el dolor me deje llevar hasta el punto quizás de dormir, o algo parecido. Y de momento desperté de aquello que estuviera haciendo. Seguía lloviendo, pero la intensidad había disminuido. Por no sentir, no era capaz ni de notar la lluvia sobre mi, pensé que quizás había sido todo un mal sueño. Pero volvía a escuchar entre voces en mi cabeza las palabras de él. Y volví a caer en la cuenta de que todo había sido verdad.

Algo apretaba en mi pecho, algo no me dejaba respirar y mis piernas no respondían a los impulsos que le enviaba mi cerebro. En ese momento el corazón era lo único que me podía guiar.

Por qué siempre tenía que ocurrir lo mismo, por qué siempre que empezaba a querer todo se torcía, por qué a mi nunca me podía salir nada bien. Y entonces recordé sus ojos, y los primeros días que habíamos estado juntos, y recordé que en lo poco o en lo mucho me había querido y se había ilusionado por mi. Sí, ahora quizás todo andaba mal, y la magia ya había medio desaparecido. Pero por qué no tomar esa última esperanza que él me había dado, por qué no cogerla con las manos y agarrarla bien fuerte, había tocado la felicidad con la punta de mis dedos ¿cómo iba a dejar que se me escapara así tan fácilmente?

Mi corazón quiso que mi cuerpo se pusiera en pie y así fue. Me levante ante aquella adversidad, y me jure a mi misma que no volvería a perder a la persona que quería tan rápido, y pensé que hay imposibles que un día consigues sin darte cuenta. Si lo había encontrado a él no me rendiría, quizás sí, podría ser verdad que las cosas deberían de cambiar demasiado para nosotros dos, pero yo queria intentarlo.

A veces las cosas imposibles se consiguen y hace más el que quiere, que el que puede. Corro el riesgo de perder pero al menos lo habré intentado.

Abrí los ojos muy bien y cerré mis puños tan fuerte que casi me hago daño. Me limpie el resto de hierba y tierra. Y recordé que por el merecía la pena.

Las esperanzas son lo último que se pierde.



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