lunes, 3 de noviembre de 2014

Siguiente capítulo.

Al borde del precipicio, sintiendo que si daba solo un paso más probablemente caería al vacío. Esa sensación que tantas veces tuve, pero que justo en ese instante no me dio miedo. Y no es que solo diera un paso, si no que me lance de bruces al vacío más liberador que jamás he podido experimentar.

Sí, fue justo en ese momento que nuestros labios volvieron a rozarse después de muchas madrugadas de distancia.

Esa misma mañana apareciste agarrado del brazo de ella, y por vez primera tuve que enfrentarme a el pasado que me unía a ti, cuando te tuve delante, cuando sentí tu perfume al rozar tus mejillas, al oír tu voz, al tenerte frente a frente... sentí que jamás te habías ido. Mi corazón sonreía aturdido por aquel sentimiento conocido y desconocido a la vez.

Nuestro pueblo, sus calles, la noche, el destino, la suerte y quizás las ganas también hicieron que esa noche volviéramos a unirnos. Quizás en alma, quizás en cuerpo o probablemente quizás en ambas también.

Al recorrer de tu lado el camino que tantas veces hicimos sentí que ni el tiempo, ni el dolor, ni la distancia nos habían separado. Solo parecía eso, una noche más de todas aquellas que fueron nuestras. Me vi frente a tu portal cruzando el umbral de la locura, sabiendo que si subía aquel escalón me entregaba a aquello que el destino nos tuviera preparado para esa noche.

Intentaba recomponerme, deshacer el nudo de mi estómago, calmar mi corazón... pero de repente estábamos ahí, en aquella casa que olía a risas, a gente humilde, a familia, a mil historias, a nuestra historia que fuimos escribiendo en sus paredes. Sí en esas rosas, en las verdes, en sus cristales, en cada esquina un recuerdo, en cada habitación una vida. Y quería volver, volver aquellos días.

Sentados en el sofá  donde compartí sonrisas, comidas, películas, besos, abrazos amigos, charlas interminables, sí ese sofá azul, el sofá de las verdades, el de la inocencia, no es uno cualquiera, es el vuestro, el suyo, el que alguna vez también fue mio y esa noche volvió a ser nuestro.

Porque allí entre tus brazos, sentí, sentimos que no había pasado ni un solo día... y me acurruque en tu pecho y volvía a escuchar mi melodía favorita, la que marca a compás tu corazón. Y en ese instante me dio todo igual, el pasado y el dolor... solo quería que fuéramos felices allí donde siempre lo fuimos.

Al cruzar aquel pasillo, al rozar tus sábanas sentí como ya no había marcha atrás. Y allí donde dos puntos convergen, donde siempre... volví a sentir tu piel, te volví a sentir... tus manos y las mías se enredaron. Y al principio ninguno queríamos abrir los ojos, porque sabíamos que es mucho mejor sentir desde dentro.

Y paso la noche, y hubo besos, abrazos, miradas, caricias... no sé si amor, no sé si pasión pero si un nosotros. Sentir que eras tu y no otro cuando en sueños dormido susurrabas. Volvimos a dormir en aquella estrecha cama, y me buscaste de madrugada para acurrucarme en tu pecho, no sé si por compasión, por pena o por deseo. Lo que sí sé es que me podría quedar ahí a vivir.

Y a la luz de alba, escuche los sonidos de nuestras noches compartidas, el de bares que abrían sus puertas, el de voces en las calles donde tu has crecido, el olor a café, el frío de tu habitación que se pega a las huesos y hacen que nuestros cuerpos sean el mejor abrigo. Todo lo que ya había olvidado, pero miles de noches he vivido.

El reloj marcó la despedida, y tras ella... tras aquel ultimo beso sentí como nuestros corazones habían cerrado algunas heridas, escuche ese clic, el que indica que algo se ha puesto en marcha. Quizás sumiéndonos en el anhelo, la nostalgia o las ganas esa noche despertamos los fantasmas del amor, del nuestro.

Quizás por eso tenga esta sensación, que me ha dicho bajito que camine despacio y lento porque camino hacia mi sueño. No sé si serás tú, y tampoco quiero saberlo. Pero no me arrepiento de cada segundo vivido a tu lado, puesto que sea por el motivo que sea, no ha sido en vano.

A ti mi incansable compañero, hemos comprobado que ni la distancia, ni el tiempo son suficiente excusas para dejar de buscarnos. Y por eso ahora entiendo que a veces es necesario perderse para poder encontrarnos.

No le buscare un final acorde a este escrito, puesto que relata un poco más de nuestra historia, que a día de hoy y después de muchos puntos suspensivos, vueltas de página, puntos y apartes aún no ha encontrado un final. ¿Y por qué dárselo?