miércoles, 19 de junio de 2013

Aprendiendo a vivir.

Una vez conocí a una chica que cuando se levantaba de la cama y no sabia que ponerse, se ponía una sonrisa. Era así, feliz. De lunes a domingo. Y se reía sin más, se reía de la vida. Del sonido de la lluvia, del olor del café recién hecho, del rayo de sol que iluminaba sus mañanas, de la risa de la gente y también se reía de su risa. Le encantaba la música, siempre cantaba.

Vivía ilusionada, vivía día a día... Trazándose objetivos que siempre cumplía, que le mantenían viva. No llamaba la atención por su físico, ni su estatura, ni si quiera por su pelo... llamaba la atención por su sonrisa muchos decían que dulce otros tantos que un poco picara. Era su arma favorita, con ella hacia y deshacía a su antojo. Era capaz de iluminar una habitación entera, era capaz de hacer reír al más triste y de calmar al más inquieto.

Ella era así, era la palabra felicidad hecha persona, era fantasía, imaginación... o al menos eso recuerdo. Porque de repente, sin previo aviso. Desapareció. No volví a verla. Al menos no con esa sonrisa.

Decían que ya no era feliz, que no tenia sueños ni esperanza. Dejaron de gustarle las mañanas de lluvias, ya no veía los rayos de luz, no escuchaba la risa, ni nadie escuchaba la suya. Sus mayores objetivos era la pura supervivencia, entre cuatro paredes de una habitación que cada vez era más pequeña.

Decían que lloraba por las noches hasta caer rendida en la profunda madrugada que casi rozaba los primeros rayos del día. Eso decían pero realmente nadie sabia lo que su pensamiento y corazón albergaban. Todos hablaban, prejuzgaban pero nadie sabia la verdadera realidad.

La más pura desesperación en la que estaba sumida, las ganas de arrancarse el corazón de cuajo y dejar de sentir, las ganas de nada. La casi locura, el miedo, el terror, el pánico, la soledad y la ansiedad que rodeaban todos sus días. El odio a si misma, que le hacia caer rendida en aquel rincón de sus cuatro paredes. La espera infinita por que alguien abriera esa puerta y la sacara de allí, pero nadie lo hacia. Se dio cuenta tarde de que nadie vive por nadie, y que si no abría ella esa puerta, nadie lo haría.

Esta mañana me levante y no sabia que ponerme... Y sin más, sin pensarlo, me puse una sonrisa. Entonces me mire al espejo y recordé quien era aquella chica.

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